domingo, marzo 28, 2010

Una primera palabra

Si tuviera que inventar una primera palabra, dado que la última no existe, sería Amor. De ella deberían asirse todas las relaciones humanas y las no tanto, porque hay humanos que no deberían tener ese título tan noble. Pasando por la economía y la amistad, por el trabajo y la soledad, el amor se diluye como la sal en el mar. Nunca ha habido tantas preguntas a algo y menos una sola respuesta. La forma en como nos relacionamos, como vivimos la justicia, como nos encerramos en nuestros quehaceres, como miramos el mundo y cada uno de nuestros pequeños mundos debe ser desde la perspectiva del amor. Deberíamos tomar de referencia aquella primera palabra para todas las empresas que iniciemos en la vida. Sin mirar hacia abajo ni arriba, al lado, como hermanos. Construir. Desde las clases del gremialismo y el socialismo, el amor se fortalece. Tal vez ni la mirada exacta ni la praxis de aquel vocablo se han instalado bien durante los tiempos, al menos en Chile, salvo un trienal, décadas atrás. Es difícil sentarse en el sofá a hablar de justicia o de pan, hablar de miserias y de presidentes innecesarios. Es complejo mirar hacia atrás y entender la vida. Es frío tener la vista hacia el sur mientras en el centro corre la vida. Sin embargo, me siento en el diván contigo y discutimos de la crueldad del tiempo, del paso de los años aquí y allá, de nuestros niños y de las administraciones. Y a veces parece que nos distanciamos en el presente, que ciertos años no fueron los mismos, que la noche no se hizo en todos lados, que los asesinos no estuvieron, que los sueños no existen, que el alimento fue para todos. Pero, sé que entre ambos y nuestra complicidad de vivienda y economía, entre nuestros sueños y desventuras, entre el trabajo y el cansancio, entre el estudio y el aseo, esa inicial palabra que tuve que inventar se sitúa. Sé que el amor es el motor y el resorte fundamental en nuestros actos. Creo que entendimos los mensajes y hacemos del amor carne en el trabajo, en la música, en el hogar, donde estemos. Ya la palabra está inventada, sólo falta ponerla en el primer lugar de la lista. Tú la asumes en aquel primer lugar y escurre amor hacia todos los rincones de la casa, la universidad, el colegio. Me lleno tanto de amor. Sé que la verdad podría ser una segunda palabra antecediendo a la justicia. Pero, quedémonos en el amor. Reinventemos la palabra. Para mí el amor existe y la imagen del amor es tu rostro. La fuerza del amor son tus manos. El amor en sí es tu sonrisa. Te amo desde el sillón a la habitación, desde una nube a la copa de un árbol, desde el colegio hasta el metro. Mi primera palabra eres tú.

sábado, marzo 27, 2010

Allá en el sur...

Al principio el sur se me distanciaba como la justicia. Se me disparaba a lo lejos como un pájaro travieso en busca de algún amor. Me llegaba el aroma de la leña cuando cocinaba. Sentía el susurrar de los ríos durante la ducha. Oía el mar como se golpeaba con la arena. El sur era un bosque enorme, un patio gigante donde correr sin descansar, donde esconderse sin morir. Fue en aquellos años de la adolescencia tardía, de la inmadurez innecesaria donde sucumbí bajo el cemento. Me llené de Santiago a bocanadas de humo y gases lacrimógenos. Me imbuí de soledad entre tanta gente persiguiendo lo justo. Lo más al sur que anduve entre las tinieblas fue San Bernardo, que me acoge como una flor al colibrí. Pero, Santiago, siempre me mira rencoroso y del sur sentía la brisa tibia matinal que me llamaba. Crucé puentes y ríos para llegar donde la tranquilidad me reunía. En aquel espacio me sentía libre, cálido, lleno de sonrisas. Y siempre quise quedarme. Sin embargo, la ciudad me emplazaba agraz, me traía con sus deudas humanas y con aquellos conflictos de amistad, también propios de la humanidad. Y me abrazaba oscuramente durante largos meses. Pero, sentía la brisa. Seguí viajando y corroborando que no soy de acá. Algún mal destino me trajo hasta aquí un día de abril. Algún buen augurio de primavera me llevará hacia los ríos, a las montañas. Siento que a lo lejos, en horas, está mi suerte echada. Todo lo que quise hacer y decir se ha dicho y hecho. Falta aquella mirada de mar que se pierde en el infinito, que inaugura buenos y mejores días. Mi hija ahora navega allá cerca de un río místico y a veces horroroso y siento que un pedazo de mí también viaja con ella. Ahora siento que parte de mí se encuentra jugueteando en aquel patio, en aquella chacra gigante que es el sur. Siento que llueve, escucho silbar el viento, me entumezco de frío, me sonrío de paz. Mi hija se fue al sur. Valdivia, la acoge con su historia y con su magia alemana. La veo caminar por Picarte hacia el Mercado, cruzar la Teja y llegar a la universidad. Y me veo entrando con un cigarro al Botánico, total la humedad eterna del lugar es un escudo. Siento que estoy allá. Siento el sur muy cerca, en su voz, en su alegría, en una cerveza helada que recuerda allá. Ahora que siento el sur muy cerca, creo que la justicia también debería acercarse un poco, recorrer de punta a punta la patria, pasar por las poblaciones y los penales, por los trabajadores y las empresas. Hoy es más necesaria que nunca una justicia hermosa como el sur.