martes, mayo 31, 2011

Otro tiempo...

Algo ocurrió en el tiempo. Algo, tal vez, se detuvo antes de su morada definitiva. Quizá, el tiempo deambula por entre nosotros como los árboles sobre nuestras plazas y nos acongoja la mirada. La pena se vuelve escarcha. Nos hiela y acicala el alma. Tal vez un trozo del mágico sur vuelve retóricamente a nuestros labios y nos proyecta hacia el abismo. Tal vez, la lluvia escasa nos revela secretos de ciudad contaminada y abusada. Pero, son estos días grises los que llaman la atención. Es este sol que incandescente no logra repuntar aquellos grados tibios de otroras años. Serán las noticias que nos tropiezan las noches? La farandusilandia que se ha instalado en nuestra habitación? La llave que gotea dando el pulso animoso de un corazón amoratado? Lo cierto es que los días se vuelven complejos. La noche lleva pillado al día, decían los brujos allá en Talca; mientras mi tía abuela arrimaba la chuchoca a su olla cazuelera, en aquellas nocturnas tardes de adolescencia pseudocampesina de verano. Otra cosa tan cierta como una lágrima es que los años se van achicando, se disminuye el espectro, se reforman los segundos, se acorta la vista. Nuestra mirada se pierde en la niñez y se regocija a los veinte. Más aún, se empequeñece en los treinta y ya no da más para contar. Qué decir de los cuarenta! con sus desvaríos de madrugada, con su pragmatismo canónico, con su nueva forma de ver las cosas, aunque ahora se ven cada vez menos. Un retazo del pasado se acurruca en cada canción y sonreímos. La memoria es a corto plazo y a medida de lo conveniente. Vienes con las alegrías prometidas y llegas con un soplido acongojado, pero no eres tú. Es este tiempo que a menudo se detiene a pensar y le cuesta retomar el paso. Llegas, alegría, en el mejor momento, cuando el tiempo no da la cara y se esconde en la mirada del hijo que mira incrédulo a su padre que construye el futuro a pala y carbón. Llegas, alegría, en estos tiempos de frío polar y de sol magallánico, de puestas tardías de luna, de desentierro de muertos tristes y guitarras silenciadas. Tiempo de vid y parra. Desfilan en mí los corazones de mis antepasados campesinos y calicheros, electricistas y amigos del vino y la sed, de mi abuelo que partió sin siquiera saber dónde estaba y a dónde iba, de aquella tía que negó la luz y se fue dejando a su pobla y su prole a ciegas. Mi primo partió al encuentro, chicheando su pérsonal que robó a un impostor. Son todos y ninguno que construye mi tiempo. Morirán las golondrinas y los abuelos, las fiuras y los tíos, los corceles y mis padres. Quedarás, hija, y tú, hijo, a merced de este tiempo y de mi sonrisa viajera hasta que desaparezca de mi boca mínima. Hasta que deje de contar los días tristes del invierno y de los veranos tardíos de alerces y avellanos, de los socialistas revolucionarios que nunca fuimos y de los comunistas anarquistas que añoramos ser. Hijo, descansa en tu sueño tibio de tu mimbre moisés, que tu padre deambula otra vez en el tiempo que ni siquiera es el suyo y en la noche que le han quitado para soñar utopías...