martes, noviembre 17, 2009

Una antena de celular en mi sala, por favor… que estamos solos…!!!

(Artículo publicado en la revista Profedigital.cl)

Vivimos una decadencia triste de nuestros valores ciudadanos, en la cual de alguna forma todos somos responsables. Unos más que otros, por supuesto. La televisión nos recuerda a cada instante que la raza humana es una casta miope, mala y desventurada, que camina hacia el caos y la anarquía social. Sin embargo, esa misma televisión se concibió como hermanable para la educación, sin embargo, como amigo educador ya ha desaparecido. Esto es una suerte para las escuelas, ya que nunca cumplió ese papel, aunque eso nunca lo han dicho las autoridades.
Hoy hay muchas formas de comunicación, y nuestros niños y jóvenes están tanto o más al tanto que los maestros. La conectividad total se vive en las aulas: juegos electrónicos, bluetooth, celulares de última generación, cámaras de muchos megapíxeles, memorias infinitas, etc. Nos es imposible escapar de las ondas que estos aparatos emiten, así como de su alcance inmediato en la educación de los niños de hoy. Las escuelas, durante estas últimas décadas, se han transformado en El espacio que tienen los niños para compartir con sus pares de forma segura y amena, amistad que se traduce en juegos, peleas, conversaciones, intercambio de láminas, pololeo, debates tecnológicos, etc. Más que un espacio puramente educador (como parecen creer desde otra galaxia las autoridades), la escuela se ha ido abriendo para proteger y dar la seguridad que los alumnos no encuentran en sus barrios ni en sus plazas, y a veces, en sus propias casas.
¿De qué forma podemos, dentro de esta didáctica de juegos y encuentros entre pares, mejorar un puntaje como el Simce, de una trascendencia que los niños no entienden para nada y que, sin embargo, son tan importantes para el Estado?
Las políticas gubernamentales, y no sólo las de educación, sino en términos generales, han llevado a nuestra sociedad a atrincherarse en las casas, a ver las plazas y los barrios como focos de extremo peligro. Se han eliminado las canchas y los espacios de juegos, se han cerrado estadios y han construido, sobre aquellos potreros donde elevábamos volantines, villas y condominios de acceso restringido. ¿Restringido a quién? Al mundo real. Ese donde hay pobreza, abandono, soledad, tristeza, mala economía, trabajo nulo, a veces también alegría. Pasa lo mismo con las autopistas de alta velocidad, están enclaustradas entre rejas para que veloces y modernos automóviles puedan moverse muy rápido en diferentes direcciones de la ciudad evitando ver los tejados con neumáticos, los microbasurales de las poblaciones; alejando de su vista a los rotos que nunca han querido mirar y conminando al resto a deambular por las caleteras con un tag que pitea mucho y con la visión cercana de una dura realidad. Realidad que se nos muestra crudamente en los noticiarios de la televisión abierta, aquella que todos tienen acceso, viejos, adultos, jóvenes y… niños. Es difícil abstraerse de lo que está pasando en el mundo real cuando nuestros alumnos sólo piensan en un teléfono móvil, un Mp4, un notebook. Tal vez si instaláramos una antena celular en cada sala podríamos traer el mundo a los niños de una forma más amena donde ellos jugando sanamente aprendan. Y así puedan correr por los patios, jueguen a las láminas por los pasillos, pololeen furtivos en algún rincón, se encuentren con sus amigos. Después vemos cómo los escoltamos hasta el encierro de sus casas para que lleguen sanos y salvos y ya, mañana, cómo los traemos de el, a veces, infierno de sus hogares, hasta el paraíso de el colegio que los acoge y donde los profesores son su única esperanza…
Hay escuelas que tienen ciertas necesidades y no les es difícil llevar a cabo su tarea de educar. Sencillamente enseñar e instruir. Objetivo principal: puntos para el Simce. Ahí no hay niños con tantos problemas, sus familias funcionan más o menos bien, viven en barrios seguros, el papá sale todos los días a la oficina, la madre es una abnegada dueña de casa o también sale a su consultoría jurídica, la comida alcanza, etc. En otras escuelas, las necesidades cambian bastante: valores, comportamiento, orden, responsabilidad, acoger, alimentar, dar protección, educar. Pero, ahí está la sombra penosa de los resultados Simce y la amenaza de cerrar ya que no rinden en maléficos puntos. Me pregunto ¿dónde irán a para todos estos alumnos cuando se cierren estas escuelas? Al Andreé English School, al Nido de Águilas, al Instituto Nacional, al Calasanz…? Si fuese por exigir resultados positivos, tendríamos que cerrar el Congreso, los bancos, La Moneda, las fuerzas armadas, las empresas privadas y estatales, el Estado, las elecciones…
Mientras algunos roban corruptamente o se alianzan y se coluden en precios de medicamentos; por la vía del candidateo presidencial buscan negocios o un cargo rentable, nosotros tratamos de que nuestros niños sean de bien. Y les pedimos que no roben, que no garabateen, que no se golpeen, que sean buenos chilenos… Lamentablemente o para bien, ellos se enteran modernamente a través de celulares, internet, la televisión, que el mundo que nosotros queremos construir junto a ellos, no es compartido por las autoridades, porque al final cada uno se salva como puede en este mundo hostil que han creado para nosotros, ya que los maestros y nuestros educandos somos simples habitantes temporales medidos desde el Olimpo por fríos y paradójicos puntajes.