lunes, junio 25, 2007

Historia de pájaros

HISTORIA DE PÁJAROS


Recuerdo uno de los primeros versos que leí del poeta Pablo Neruda: “No soy, sino acompaño los dolores / de los que sufren: son dolores míos. / Porque no puedo ser sin ser de todos \ de todos los callados y oprimidos, / vengo del pueblo y canto para el pueblo”. Por entonces tenía trece años y, hurgando la pequeña biblioteca de la escuela donde estudiaba, me encontré con un libro de castellano 4º medio que habla sobre “teoría del lenguaje”. El libro tenía una magia atrayente, por él desfilaban Huidobro, De Rocka, García Lorca, la Mistral, Guillén y Neruda, entre otros. Fue amor a primera vista. Miré a todos lados... nadie, lo tomé y lo eché a mi bolsito colegial. La idea era leerlo, releerlo y luego devolverlo; sin embargo, no fue así. Reconozco mi falta y debo decir que anduve asustado por el resto del año que quedaba, ya que luego me cambiaban de colegio. Pero al comprender, luego de un arduo trabajo –Era duro de mate, si -, el verso, también de Neruda, que pasó a ser mi favorito: “Como si el llanto fuera una semilla / y yo el único surco de la tierra”. O a Huidobro: “Que el verso sea como una llave / que abra mil puertas”. Ya no me parecía tan grave la falta y estaba más tranquilo. Aún conservo esa reliquia llena de sortilegios y poemas.
Ahí comenzó mi admiración por el “vate del pueblo”, como solía llamarle. Era complicada esa época (hablo del año 1984), no había la libertad para hablar de poesía ni para entonar una canción folclórica, pero, mi hermano y yo nos la arreglábamos. Del sector donde vivíamos salía un bús a Isla Negra todos los 12 de julio, el mitín era auspiciado por el clandestino Partido Comunista. Y nosotros sin ser militantes, meros simpatizantes; nos colábamos en él y partíamos a la casa de Pablo a celebrarle el cumpleaños. “Estense piola, ya que puede llegar la repre y ahí nos cocimos todos”, recomendaba uno en el bús. Bajábamos, y con mi hermano, que era menor, nos perdíamos entre las rocas y leíamos poemas, a la vez que intentábamos componer nuestros propios textos: “Puedo escribir algunos versos esta tarde, / algo sobre tu hogar eterno en Isla Negra: / maestranza de sentimientos, / nido y bajada de las gaviotas, / aroma infinito de amor por la vida”. Era un día al año, tal vez, el mejor de todos. Era peligroso admirar a Neruda, como lo era cantarse una del Quila. Pero era, también entretenido, burlarse de la dictadura y de los “perros” que rondaban la casa.
Luego crecí y no he abandonado mis principios, como otros. Y trato de ir todos los años a entonar el “cumpleaños feliz” a Isla Negra el 12 de julio. La playa se vuelve roja. Se tiñe de escarlata la arena, ondean las banderas y la alegría – del cumpleaños, claro, porque no hay mucho de que reír con el actual sistema. Sin temor le cantamos y recitamos al vate, nos tomamos un buen vino, recordamos, escuchamos música; hay algunos que hacen asados, nosotros somos del pescado frito en el boliche de la esquina. Es un instante de sana felicidad no comprada, de familia. Todavía nos colamos en el bús, por supuesto, sale más barato y hay buena onda. También, nos vamos a las rocas, con la hija, la pareja, el hermano, la novia, la señora, el amigo comunista y la compañera. Y conversamos, leemos, nos impregnamos de magia. Nos embriagamos, también, de poesía y conciencia. Busco en mi bolso, a un costado del matute, está mi tesoro: el libro usurpado a la pobre escuelita, lo abro y leo: “Desde el fondo de ti y arrodillado / un niño triste, como yo, nos mira...”. (1994)

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