martes, noviembre 27, 2007

Camino al Valle

Canto I


Sinuoso, serpenteante, vago camino;
la tarde refleja tu beso de luna,
tus manos de trigo, cariño de valle.
Hilarante seco de gracia, rubio de calles.
Me acogiste entre tus cerros tutelares.
Gabriela vive en tu nombre y tus montañas
y en el río que te sustenta gracioso.
Me espía la noche con su viento taciturno.
Abajo reclaman su ruta hacia el mar,
codeándose digno entre estrellas y lunas.
Lleno de gracia se ondea entre nubes y
entre los álamos grita su canto de lluvia.
Remueve entre montañas su canto serpentino.
Elqui, memorable de sufridos cánticos,
de noches titilantes y de senderos antiguos.
Me amparaste entre tu valle luminoso y tus rutas.
Tus caricias difíciles y tu amor furtivo
me mimaron con gracia y con nimbos eternos.
Veo correr a una niña, Lucila, entre tus brazos.
Vislumbra un camino de continentes azules
y yerras naciones que renacen con la aurora.
Mis manos se entretejen en tus montañas,
se arropan de follajes breves en tu silueta.
Se inspiran de las constelaciones mañosas
que abogan por tus montes sobre el riachuelo.
Frío, viento, callejones oscuros y abismantes.
Camino abajo entre mis sueños descanso
para huir fugitivo entre el camino complicado
de una tarde radiante de músicas diversas.
Quieren trabajar las estepas y las sombras;
Los racimos y la subida difícil de cuestas y arreboles.
Desean paz de árboles, brisas y cantos sombríos.
La vida es difícil y noctámbula en tu valle luz.
Se acurruca entre tus árboles y plazas.
Tus iglesias que emergen de la oscuridad y
de entre la juventud que visita tus uvas eternas
y compra anillos y aros para la posteridad.
Elqui, célebre de viajes siempre vivos,
de novas fugaces y constelaciones refulgentes,
de caminos de tierra y el río cantando,
de vegetación frondosa con remos de viento.
Valle, flor de esta región observadora.
Maraña de apéndices y venas sangrantes
que el cándido sol acogió bendito de cielos.
Protege el canto de la bella Mistral que no cesa,
que fulgura con luces de peces abisales,
que trae el encanto de campos silvestres.
Se escucha al fondo arrodillado el río. Su ímpetu.
Hijo nacido de edenes, de planetas, de pájaros.
Tu tierra, bendición de parras y mujeres,
fábrica de estertores de plata. No calles.
No mueras en un llanto de lluvias.
Sobrevive a los tiempos y a la soledad.
Entre caminos lúgubres escribo, bajo tu manto.
Me canta el río con su voz ingenua, serena y vivaz
y su noche, me acurruca con su frío alegre e inocente.


La Serena, martes 17 julio 2007

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