sábado, marzo 27, 2010

Allá en el sur...

Al principio el sur se me distanciaba como la justicia. Se me disparaba a lo lejos como un pájaro travieso en busca de algún amor. Me llegaba el aroma de la leña cuando cocinaba. Sentía el susurrar de los ríos durante la ducha. Oía el mar como se golpeaba con la arena. El sur era un bosque enorme, un patio gigante donde correr sin descansar, donde esconderse sin morir. Fue en aquellos años de la adolescencia tardía, de la inmadurez innecesaria donde sucumbí bajo el cemento. Me llené de Santiago a bocanadas de humo y gases lacrimógenos. Me imbuí de soledad entre tanta gente persiguiendo lo justo. Lo más al sur que anduve entre las tinieblas fue San Bernardo, que me acoge como una flor al colibrí. Pero, Santiago, siempre me mira rencoroso y del sur sentía la brisa tibia matinal que me llamaba. Crucé puentes y ríos para llegar donde la tranquilidad me reunía. En aquel espacio me sentía libre, cálido, lleno de sonrisas. Y siempre quise quedarme. Sin embargo, la ciudad me emplazaba agraz, me traía con sus deudas humanas y con aquellos conflictos de amistad, también propios de la humanidad. Y me abrazaba oscuramente durante largos meses. Pero, sentía la brisa. Seguí viajando y corroborando que no soy de acá. Algún mal destino me trajo hasta aquí un día de abril. Algún buen augurio de primavera me llevará hacia los ríos, a las montañas. Siento que a lo lejos, en horas, está mi suerte echada. Todo lo que quise hacer y decir se ha dicho y hecho. Falta aquella mirada de mar que se pierde en el infinito, que inaugura buenos y mejores días. Mi hija ahora navega allá cerca de un río místico y a veces horroroso y siento que un pedazo de mí también viaja con ella. Ahora siento que parte de mí se encuentra jugueteando en aquel patio, en aquella chacra gigante que es el sur. Siento que llueve, escucho silbar el viento, me entumezco de frío, me sonrío de paz. Mi hija se fue al sur. Valdivia, la acoge con su historia y con su magia alemana. La veo caminar por Picarte hacia el Mercado, cruzar la Teja y llegar a la universidad. Y me veo entrando con un cigarro al Botánico, total la humedad eterna del lugar es un escudo. Siento que estoy allá. Siento el sur muy cerca, en su voz, en su alegría, en una cerveza helada que recuerda allá. Ahora que siento el sur muy cerca, creo que la justicia también debería acercarse un poco, recorrer de punta a punta la patria, pasar por las poblaciones y los penales, por los trabajadores y las empresas. Hoy es más necesaria que nunca una justicia hermosa como el sur.

No hay comentarios.: