martes, mayo 19, 2009

Pasatiempo de niño (A Mario Benedetti)

De pequeño nunca fui muy amigo de los libros. Me entretenía con las portadas y con la biografía del escritor más que con el contenido. Me encantaba sí, coleccionarlos. Tuve y tengo muchos. Sin duda, la sublime forma que tenía de enterarme que existía la poesía y otras cosas lindas, era a través del colegio, el único lugar de entonces donde se nos abrían las ventanas y las puertas para poder conocer, conocernos y huir. Esos años eran muy difíciles. En aquel tiempo, la muerte no existía (para nosotros, niños) y podíamos bañarnos en un charco como si fuera el océano.

Fui creciendo y necesité en aquel momento de transición entre la niñez y la adolescencia, una tregua para detener el tiempo y pensar dónde continuaba la senda. Conocí a Benedetti a través del romanticismo que comenzaba a aflorar en nosotros, jóvenes sensibles y subversivamente modestos. No era el tiempo de la poesía y el amor estaba pasado de moda. No había un decreto que impedía la lectura y aún quedaban muchas flores sin deshojar. Entonces, a lo lejos, percibía aquella voz que susurraba desde el exterior invitando a no desfallecer en la idea y me calmaba pensando que todo pasaría pronto. Ya la muerte rodeaba el ambiente, pero, aún para mí era sólo una palabra y corríamos a jugar al estanque del estadio Vulco, que para nosotros era como un océano.

Pronto estaba cantando con mi guitarra, si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo… y jugaba a ser grande metíendome en los líos del amor. Con la ayuda de Mario Benedetti, lograba mis conquistas y con la asistencia de mi hermano, las perdía. En el liceo tomaba mi lápiz y trazaba algunos versos en la hoja mientras mi maestro de historia nos hablaba de la virtud de ser sanbernardinos. Mi pelo crecía rápidamente y mi voz se tornaba más gruesa al igual que algunas rabias que venía acumulando como si fueran piedras del camino. Pasábamos, con mi hermano, las vacaciones en Rapel. No reservábamos del mundo sólo un rincón tranquilo, no nos llenábamos de calma. Aquel lago era para nosotros un océano y nos entristecíamos con la muerte de mis abuelos y con las muertes de los otros.

El tiempo es como un pasatiempo, desfila muy rápido y se va sin darnos cuenta. El tiempo es como la vida, no nos avisa que lleva prisa y quiere pronto terminar la carrera. Mientras la vida, el tiempo y los soldados pasaban, yo escribía, cantaba, jugaba, soñaba. Sentía ruidos afuera de mi casa, pero yo seguía inmóvil; inmutable en mi tregua juvenil, leyendo en los apagones, yendo hacia algún recuerdo que yacía imperturbable en mi memoria, una palabra.

Necesitaba definir qué iba a ser de mí para el resto del tiempo… La pedagogía llegó de la mano de la revuelta, de una guitarra y un compromiso. No quería nada más que cambiar y cambiar el mundo, aunque fuese inmenso, hostil e incontable. Nunca congelé el júbilo ni quise con desgana a pesar que el infinito se encogía peligrosamente. Aquella tregua que me dí leyendo a Benedetti, produjo eso difícil de explicar, pero que te provoca, te llama, te llena de ira y de paz; te produce pan, te inspira, te acerca a la verdad, como la que nos duele en estos largos instantes.

Hoy sabemos realmente qué es un océano, sabemos que el futuro es una fe de erratas y ya echamos a andar nuestra fábrica de nostalgias. Tenemos claridad y conciencia que la muerte comienza a ser la nuestra, porque perdimos una de las estrellas que nos guíaban el camino y sus recodos. Te perdimos, Mario, y estamos asistiendo a nuestra propia muerte. Pero, lo hacemos con solidaridad y gracia, tan sólo para gritar ¡Patria! con bronca y tristeza, a una sola voz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Benedetti is dead!